“El agua era cristalina y tranquila,
todavía de color caramelo en el resplandor del atardecer.”
Stephen King
Busqué como marino varado las aguas donde estuvieran. Madrid, cuyo lema presume decir que se eleva sobre aguas mil, que se alzó sobre decenas de arroyos y acequias, que fue surcada por canales artificiales montados sobre acueductos y enterró sus principales vías de abastecimiento, me ofrecía a cada paso una muestra de esa riqueza infinita en fuentes y estanques. Pero jamás encontré lo que el mar me ofreció, que el sol se fuera a acostar entre sus olas como sábanas azules. A cambio, desde casi la altura de las nubes podría verle lavar la cara antes de irse a dormir, así que escalé a los grandes montículos que aquí llaman edificios, o rascacielos en un egoísta deseo de sentirse poderoso.
Allí encontré lugares donde el agua cuidada y encerrada en pequeñas cárceles que los habitantes llaman piscinas, jugaba a determinada hora con los reflejos del sol. Se convertía en lupa y, a la vez, atemperaba su fulgor. Ver atardecer desde una terraza con agua, es otra de las bellezas que se pueden y se deben disfrutar de este Madrid de hormigón y acero que se posa sobre base del líquido elemento. No será la última, pero el color "caramelo" esa tarde, lo pude disfrutar desde un hotel sobre la calle de Goya.
Ver Los 43 atardeceres de El Principito en Madrid
@ 2022, by Santiago Navas Fernández
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