martes, 16 de junio de 2015




Pasear entre los árboles, escuchar el silencio que recorre el bosque, vibrar con un lamento de la madera que cruje inocente. Sentir esa soledad y sentir el alivio. 
Cuando viví en el sur, salía por el parque cerca de mi casa para correr o andar, disfrutar de la gente que también paseaba, de la visión de los animales felices en su entorno. Luego, cuando he vuelto a la capital, sigo teniendo el vicio y el deseo de caminar por la Dehesa, sentir el verde del césped o el amarillo de la hierba seca, el ulular ligero de las finas y agudas hojas de pino, silbar al paso del viento. Ver la gente que hace deporte o disfruta de la única realidad que es la naturaleza.

Cuando he viajado por diferentes lugares, siempre he aceptado una invitación a conocer algún rincón, nunca negué hacer unos pocos quilómetros más para observar una perspectiva, respirar un olor, descubrir un paisaje. Y un día, paseando por Soria, descubrí aquél olmo viejo del que habló Machado.
Un señor de la historia, un personaje con luz propia. Y me traje su imagen para mirarla de vez en cuando y entender, que hay realidades que son tan ciertas que duran más de 100 años. Y sin defraudar.

@ 2015 by Santiago Navas Fernández