domingo, 9 de noviembre de 2014




La sugerencia de una lectora, Pilar Abreu, la página 145, el párrafo dice:

Sus labios eran mis labios, sus miradas más intensas eran mías, sus goces secretos, sus murmullos, sus noches de pasión o sus noches de sufrimiento, que igual pasamos unas que otras, eran totalmente mías. Sus ojos se habían clavado tantas veces en los míos y sin decir palabra me lo habían dicho todo que ya mucho antes de ella irse había comprendido que algo pasaba, algo que la hacía sufrir, algo que no era bueno. Esa era mi Lucía, esa, mía y de nadie más, porque yo luché por ella, porque la entregué todo y ella todo me lo dio. No fue un regalo, fue un intercambio, porque podíamos hablar y decir lo mismo, porque pensábamos igual pero éramos distintos. Porque el mar y el desierto cohabitaban en nuestro dormitorio sin que se enfrentaran jamás, porque no había diferencias, cada cual era cada uno y cada uno era cada cual y tenía su vida propia y a la vez era vida común y se enlazaban nuestros actos, como se enlazan las lianas en las ramas y viven los unos de los otros y gracias a los otros sin dañarse pero alimentándose mutuamente, en una simbiosis perfecta. Porque podíamos pasar días y semanas sin vernos para luego recibirnos como si sólo hubieran sido segundos de ausencia. Porque hacíamos el amor y no nos cansaba. Porque … éramos dos y uno a la vez.