jueves, 30 de octubre de 2014



Horas de encuentro consigo mismo, el silencio, o mejor, un rumor lejano de conversaciones y tráfico intenso, que acompaña pero no molesta, que deja pensar y verse sentado en las manecillas del reloj, repasando cualquier fantasía, cualquier sueño, humano, siempre humano, aunque a veces no se sea capaz de confesarlo. Son tantos habitantes rumiando entre el pelo, pujando por alcanzar el primer puesto y salir a la palestra de su dueño. Otras veces escondidos en lo recóndito, se niegan a aparecer aunque son convocados, parece que olvidamos aquello, pero no, ahí sigue, solo que no quiere salir a bailar a nuestro lado, ni hoy ni mañana, tal vez pasado o dentro de mil años.

Es el tic tac monótono que nos permite encontrarnos con nosotros mismos, como el minutero con el horario, aún no siendo el mediodía o la medianoche. Y la cabeza libre cual caballo desbocado, inflige tiranía sobre las manos, las piernas y el resto de órganos que se erizan ante la pantalla del cine de nuestra propia fantasía. Y componemos la película, aún con protagonistas que ni los habíamos estimado presentarse, pero aquí están, ¿por qué?. Para luego hacernos sentir culpables o felices.