viernes, 3 de julio de 2015




Me da hasta miedo pensar y volver a recorrer los pasos que dio Lucía. Cada año por estas fechas vuelvo a buscar la pared de cristal, luces y espejos que me devuelve quien soy.

Entre los multicolores destellos mi cara va adquiriendo diferentes personalidades. Me encierro en el pardo y salto al rosa, que me provoca la risa de ver cómo el color de mis pupilas cambia tan absurdamente, como absurdo es el juego a que me someto.

Respiro el aroma de la granadina y su color desbarata una arruga que había trazado con la punta del dedo sobre la barra. Un amarillo incierto, que ahora mismo no reconozco, baña lo ensuciado, son unas gotas que distorsionan la tersura del movimiento. Y en un vaso juegan a ser badajos en campana, unos hielos verdes, para que no decoloren la consecución del artista.


El cóctel se compone de recuerdos, de futuro y se adereza con colores y una fruta roja como caída contra el borde, su sangre baja por el cristal y mancha deliciosamente el ocre del líquido dormido.

Mis labios tiemblan de la emoción. Y las campanillas resuenan, es la hora de la liberación, como cada año, hasta que el reloj marque las 12 de la noche.

Adiós.