jueves, 13 de julio de 2017

LEYENDA DE LAS JARRAS EN UN PUEBLO DE ZAMORA




El viudo bodeguero tenía dos penas, haberse quedado solo y haberse quedado solo con una hija. La bodega no era lugar para una joven tan hermosa, sabía que los hombres la miraban cuando venían a beber el vino, pero no por su calidad, sino para mirar a la niña.

No le quedaba más remedio y cada mañana temprano, iba a la viña. Luego volvía a tiempo de abrir la bodega. No iba a dejar sola a su hija. No lo sabía, pero era fácil suponer que alguien la rondaba.

Y un día que tuvo un percance y volvió antes, los encontró a los dos en el lecho que un día fue conyugal y ahora cobijaba su soledad y albergaba el amor pecaminoso de su hija cuando él no estaba.


Eran tiempos de honor, así que allí mismo la mató mientras el cobarde amante escapaba y tomaba la carretera de la capital para nunca jamás volver.

Pero el bodeguero arrepentido de su pecado rogó a Dios que le castigara a él quitándole la vida y mandándolo al infierno y devolviendo la vida a su hija. No quiso Dios hacer el milagro, pero un diablillo que por allí estaba escondido, entre las barricas de la bodega, se apiadó de los lamentos del pobre hombre y los convirtió en jarras de vino que colocó en una alacena sobre la puerta de entrada, mirando al cementerio, donde yacía la madre, y hacia la carretera que lleva a Zamora, por donde huyó el amante.

Y desde entonces están allí las dos jarras, sobre la puerta de entrada a la bodega.

(dedicado a mi amiga Marian, que me llevó a conocer el lugar donde todo ocurrió, aunque ni ella ni el bodeguero, ni mucho menos las propias jarras, conocían esta leyenda).