sábado, 7 de marzo de 2015




Aquél libro viejo no era nada en particular, uno más (sin quitarle importancia) de la colección de antiguos que iba a incrementar mi biblioteca. No fue el único que adquirí ese día, no. 
Sin embargo, era el único que contenía algo más que una historia impresa, en su interior una vieja cuartilla amarillenta contenía una carta de amor. Una carta escrita a mano, una carta dedicada a una persona concreta, no a quien la encontrara, no: ¡a una persona concreta!.
Tal vez esa persona la guardó, ocultándola de ojos indiscretos, para leerla más tarde, y tal vez, en honor a tal intención, se convirtió en su libro de cabecera, ese que todos abrazamos y llevamos siempre con nosotros. Tal vez ni llegó jamás a leer el libro y sólo fue el joyero de su secreto ... y ahí quedó la misiva, para que un día la encontrará un coleccionista de libros viejos.