lunes, 25 de agosto de 2014





"Jaime va en busca del mar, pensando que tal vez, entre la brillante espuma que crea el oleaje al arribar contra las rocas, el azul intenso de la verdad le salpique y consiga desenvarar el recuerdo de Lucía, "..."  frente al rugido de la batalla sentado en la fresca roca, le llega por la espalda el ulular del viento al pasar a través de las ramas del pinar, los montes generosamente verdes que se arriman en el horizonte hasta el extremo de las olas y compiten con el estruendo del oleaje, como ejércitos a la espera de la batalla. Ese estruendo que incomprensiblemente se convierte en silencio a través de su propia monotonía, según pasa el tiempo, como todo lo que se repite mecánicamente, que se cuela en la cabeza de los pueblos y les obsequia con el beneficio de no dejarles pensar, hipnotizados con el vaivén continuo del mar, … la mar. El viento, el aroma a pino y a eucalipto. Ese estruendo frente a esos montes generosos y abruptos de naturaleza, que presumen de albergar árboles milenarios, donde las gentes de todos los tiempos han ido a colgar sus recuerdos más tristes, sus pensamientos más sombríos, sus penas más insufribles, con la ilusión de dejarlos allí olvidados, con el deseo de que se queden por siempre jamás, en la confianza de que los trasgos, los gnomos y los habitantes secretos del bosque, les ayuden a acabar con su maldición, acunados por el rugir de la marea al fondo, arrastrados por el crujido del viento, pudriéndose bajo la constante lluvia ..."


CUANDO EL VIENTO DEJA DE SOPLAR