domingo, 19 de octubre de 2014






Quien tiene la voluntad, tiene la fuerza, dijo el dramaturgo de la Grecia antigua Meandro de Atenas. 


Lucía podía haber sido una persona de riqueza y tal vez famosa, por su forma de ser, por sus estudios, por sus idiomas, por su capacidad, pero prefirió servir a quien no le podía pagar, a cambio, siempre fue lo que quiso y anidó donde le apetecía. Igual que árbol que nació de una rendija del acerado, pegada a un edificio, nadie la cortó y ella siguió elevándose, abriéndose paso por lo inverosímil, a pesar de la suciedad y la escoria a su alrededor, bebiendo el agua de la lluvia que el desagüe le traía desde el tejado. 

Alguien, admirado y caritativo con su acto de fe, en vez de troncharlo, decidió poner una cuerda que lo sujetara a la pared, para que su tronco, que con tanto esfuerzo se mantenía, no se doblara y sus hojas acabasen pisadas por los paseantes.

La voluntad es iniciar el camino aunque parezca imposible, aprovechando las pocas cosas que encontramos, quizá una pequeña ayuda y, al final, florecer esplendorosamente. La voluntad es la poesía de las cosas cotidianas, invisibles, pero tan importantes.