El último lugar donde coincidimos fue donde menos me lo podía esperar.
Era una tarde clara pero con algunas nubes y supuse que con buena vista observaría un gran atardecer, así que ascendí hacia lo que he dado en llamar "el Mirador del Cosmos", os explico. Hacía poco que había estado paseando por una zona cercana al Paseo de la Dirección donde varias de sus antiguas calles habían desparecido bajo la pala de la escavadora, sus casas bajas y familiares habían sido derruidas tras años de un inagotable expediente de expropiación, en la cota más alta, resistía una escueta calle que miraba hacia el ocaso, cuyo nombre me pareció generosamente hermoso, se llamaba la calle Cosmos. Ahora, fruto de la especulación de la zona, apenas quedaban en pie cuatro números y sólo de una acera, pues la otra daba hacia los descampados de los que la separaba un pronunciado talud. Desde allí alto podía ver las copas de los árboles del Parque Agustín Rodríguez Sahagún, asomar algún pino de la Dehesa, los barrios de "los guardias", Valdezarza, San Nicolás, Belmonte, El Pilar, etc., y al fondo la Sierra de Madrid, oculta en parte por los futuros sky lane que han surgido de las cenizas de las chabolas. Aquella otra persona estaba allí y al marcharse vi que se dejaba el libro; de un salto cubrí los cinco o seis pasos que me separaban del lugar que había ocupado y, entonces, al cogerlo, vi el título: "OPACAROFILIA PARA PRINCIPIANTES".
Los atardeceres son prueba de que los finales también pueden ser hermosos
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