viernes, 31 de diciembre de 2021

31 DE DICIEMBRE



 ¿HABLAMOS DE SOLEDAD?


...dijo el Juez mientras miraba alejarse el furgón hacia el Anatómico Forense. Allí alguien le haría la autopsia por si aparecía quién reclamara el cadáver del anciano Nicolás. El espejo del ascensor donde lo encontraron aún reflejaba la figura de un viejo joven con el rostro surcado por prematuras arrugas y poblada barba, vestido con las ropas del trabajo, edad indeterminada, condición desconocida, cuya presencia no constató la policía judicial mientras realizaba su labor porque no pudo verla. Sólo era un espectro sobre el cristal.

 

El antiguo edificio había quedado prácticamente vacío. Algunos vecinos se fueron tras aceptar el cheque con que incentivaron su marcha los nuevos dueños. Otros porque llegaba la Navidad y marcharon con su familia mientras lo pensaban. Sólo quedó Nicolás, atado a los recuerdos desde que Adela murió, hacía ya tantos años que apenas situaba el hecho en el tiempo. Su propia edad superaba casi al propio bloque, ambos a ver cuál más destartalado. Y por qué a fin de cuentas ¿a dónde iba a ir?

 

“¡Vaya!, se me olvidó el pan” se dijo poco antes de que todo comenzara. Como siempre y debido a sus doloridas piernas, tomó el ascensor que chirriaba quejumbroso como él miso. Le esperaba el panadero, menos viejo, conocido desde que se estableció en el barrio con su añorada esposa, entonces era apenas un chiquillo que hacía los recados de la tienda de ultramarinos del padre, “feliz año nuevo, Nicolás”, le diría… Esa noche habría cohetes, como cada 31 de diciembre, le despertarían y él los vería desde el balcón que daba a la plaza. “Feliz año nuevo, vecinos”, diría como cada año. Y luego a la fría cama, donde volvería a recordar que los primeros años de vivir allí, Adela y él esa noche se asomaban al balcón, saludaban, reían, a veces bajaban a alguna de las hogueras que se organizaban en el descampado, a oír cantar a los vecinos que lo hacían, a bailar un pasodoble que tocaba el organillero si acudía, a reír un tanto y pasar el rato con la vecindad. Chiquillos corriendo y alborotando, la noche que aún era día, hasta varias horas después del anochecer.

 

El ascensor dio un salto y se detuvo entre dos pisos. Nicolás tocó el botón, pero la puerta no se abrió. La alarma no sonó tampoco, aunque como ya no había portero y los vecinos no estaban, daba igual. Era un elevador decrépito, no había dinero para cambiarlo y casi ni para mantenerlo, así que si fallaba sólo cabía esperar que alguien ayudara, pero ese día él era el único habitante del edificio. Lo comprendió enseguida ¡Si al menos hubiera sido a la vuelta y tuviera la barra de pan con él! Toda la vida trabajando, viudo demasiado pronto, sin hijos porque fue incapaz de casarse por segunda vez “¡Adela querida, y ahora esto!”. Se miró al espejo, sentía presión en la vejiga “¡esta próstata!”, se meó en una esquina ¿qué más daba ya? Solo un milagro podía ayudarle.

 

Su imagen de viejo vestido de viejo en un ascensor viejo de un edificio viejo le golpeó sin piedad. Viejo y solo. Y de repente apareció una figura sobre el sucio cristal que no reconoció, pero supo que era él mismo aquella vez que subía feliz con la cesta de Navidad de la empresa, Adela le esperaba arriba con la comida calentita, fue el primer año de recién casados en el piso que era todo lo que consiguió conservar. Entonces era un joven con el rostro surcado por prematuras arrugas y poblada barba, vestido con las ropas del trabajo, que gozaba más con sus ilusiones y esperanzas que con sus realidades. Se acurrucó en una esquina para disfrutar de las imágenes que su mente le iba pasando ante los ojos, una vida entera hasta justo ese momento, el anciano frente a sí mismo lleno de sueños compartidos con su Adela.

 

Al menos diez días estuvo allí, según determinó la autopsia, hasta que el primer vecino regresó y sintió el hedor.

 

“Feliz año nuevo, Nicolás” le dijo la imagen de Adela que apareció tras el joven de barba que se reflejaba en el espejo. Y tanto que lo fue, al menos durante las pocas horas siguientes.



@ 2021 by Santiago Navas Fernández

 

 

 

 

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